Consideraciones bíblicas sobre la sanidad divina


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Se entiende por salud la condición de bienestar físico y mental de un individuo, la cual puede ser mantenida respetando ciertas reglas preventivas que garantizan una buena salud en el transcurso terrenal del ser humano.

Pero, existe una salud espiritual de la que se puede disfrutar aquí en la tierra y que sirve de apertura para el goce de una vida eterna libre de castigos y plena de beneficios. Estas dos vertientes de salud, constituyen lo que puede llamarse sanidad o sanación y ambas son referidas en múltiples ocasiones en las enseñanzas bíblicas.

Consideraciones bíblicas sobre la sanidad divina 1

Sanidad terrenal

Para todo ser humano reviste la mayor importancia tener una buena salud física y cuando esta se afectada, toda persona entra en estado de desesperación, buscando inmediatamente solucionar esta situación y de ser el caso que ésta se agrave y conlleve a la muerte se llega a momentos de incomprensión y consternación imposibles de entender.

En todos estos momentos es importante confiar en Dios, porque Él siempre está presente entre los hombres y más aún cuando se conversa con Él por medio de la oración. Dios es sabiduría y sabe exactamente los momentos cuando puede satisfacer nuestros pedimentos.

Sanidad espiritual

La salud espiritual está determinada por las promesas divinas del disfrute de un futuro eterno donde estarán ausentes el dolor, las enfermedades, los sufrimientos y la muerte. Apocalipsis 21:3-8:

“Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos. Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque las primeras cosas son pasadas. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”.

Por esta razón debemos mostrar menor ansiedad por los aspectos físicos de nuestro cuerpo y preocuparnos más por el estado espiritual, como se señala en Romanos 12:1-2: 

“Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. 2 No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”.

Sanidad divina

Es el gran poder que Dios manifiesta a través de nuestra expresión física para recuperar el orden en nuestras vidas, alterado bien sea por una enfermedad o por conductas erradas. Ese proceso de sanación puede ser recibido gradualmente o de forma inmediata, teniendo presente que lo que para un ser humano es un tiempo prolongado para Dios, es un instante en su eternidad. Con esto se debe entender que la sanidad divina se obtiene al entrar en contacto con el poder divino.

Dios tiene el poder de sanar de manera inexplicable para la humanidad como son los milagros, lo que constituye una prueba de su amor por la humanidad y de su cercanía y deferencia con los seres humanos.

Manifestaciones de sanidad divina

El proceder del Hijo de Dios como hombre está lleno de manifestaciones de sanidad divina, ya que su vida pública se caracterizó por hacer siempre el bien, sanando físicamente a muchas personas y liberando del poder de satanás a otros tantos (Hechos 10: 38).

Así se encuentran infinidad de casos de sanación de graves enfermedades y ejemplos de resurrección, las cuales se efectuaron directamente por medio de Jesucristo, sino también por intermedio de profetas referidos en el Antiguo Testamento (Gálatas 3: 5, Efesios 6:17) y por los apóstoles y discípulos de Jesús (Santiago 5:14-15, Mateo 4:23, Mateo 8:2-3, Lucas 22:49-51).  

Efectividad de la sanidad divina en caso de enfermedades

Como lo manifiestan Lucas (Lucas 9:2 Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos”) y Mateo (Mateo 10:8 “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.”), entre tantas funciones que delegó Jesús a sus apóstoles y a sus discípulos tiene una connotación importante el sanar enfermedades, posiblemente por ser una muestra visible del gran poder divino.

Se ha llegado a expresar que en ocasiones las enfermedades físicas pueden ser consecuencias de enfermedades del alma, al estar ésta afectada por el pecado, ejemplo de esto es cuando Jesús sano a un hombre de su enfermedad e inmediatamente le dijo: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14).

Sin embargo, por otra parte en los creyentes hay también la interpretación que en ocasiones una enfermedad constituye un medio para alabar a Dios, ya que una vez obtenida la sanación permite dar muestras de agradecimiento y reconocimiento de la magnanimidad del Creador, como bien lo refiere el evangelista Juan (Juan 9:1-3 “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”).    

Origen de la sanidad

Indiscutiblemente todo acto de sanación proviene de Dios, pudiendo hacerlo por intermedio de personas probadas sanas ante Él. En su transitar como hombre instó a quien padeciera enfermedad a dirigirse a los más expertos de la Iglesia para que oraran por el enfermo y le aplicara aceites consagrados en nombre de Dios, esto hecho con fe curará al enfermo y perdonará sus pecados

(Santiago 5:14-16). Se dice que esta práctica fue bastante efectiva en tiempo de la propagación del cristianismo por parte de los apóstoles y discípulos de Jesús (Lucas 9:2).

Hoy en día se siguen haciendo demostraciones del poder de Dios para la curación de enfermedades físicas y mentales, que pueden resumirse en las experiencias de imposición de manos practicada desde tiempos de Jesús (Santiago 5: 13-15) y en actos masivos de sanación (Corintios 12: 27-31); con la salvedad que ambas prácticas deben ser realizadas por personas autorizadas y que tengan la aprobación de la superioridad eclesiástica.

Se debe tener presente que el verdadero y único sanador es Dios, siempre y cuando se tenga una verdadera fe en este aspecto y cumpliendo los mandatos de Él (Mateo 9:20-22, Juan 3:22-23).

La demostración de fe en Dios lleva implícito la búsqueda adicional e indispensable de ayuda humana, recurriendo a la experticia médica para conseguir el alivio y la curación anhelada.

¿Por qué no siempre se obtiene la sanación corporal?      

Aunque parezca desagradable y poco comprensible, no siempre se tiene la garantía que Dios responderá a nuestras súplicas de sanación, porque desde un principio está escrito que los hombres han de morir para poder ir a un juicio y gozar finalmente del bienestar eterno (Hebreos 9:27). El cuerpo humano por su misma constitución lentamente se va deteriorando y es susceptible a accidentes, a enfermedades y a la muerte.

Es así como debemos aceptar el momento de la muerte como un aspecto fisiológico más de nuestra vida. De esa forma se puede entender más acertadamente en que consiste la sanidad divina. Dios no otorgará la sanación de forma indefinida, ya que llegará un momento, que de acuerdo a su voluntad, permitirá nuestra muerte, como vía para vivir la eternidad.

La sanación según la voluntad de Dios

Dios nos ha enseñado que nuestro cuerpo, cuando permanece libre de malos hábitos, constituye su templo o morada y por eso procura que disfrutemos de buena salud (Corintios 6: 1-2, Juan 1: 2).

Conociendo Dios nuestro cuerpo y nuestras necesidades siempre procura nuestro bienestar, por eso una enfermedad o cualquier eventualidad negativa que se nos presente, no debe ser vista como un castigo sino como una forma de incrementar nuestra fe y afianzar nuestra relación con el Creador, quedando a su voluntad cuál es el momento más adecuado para otorgarnos la sanación. Por esa razón, cuando se pide la sanación divina, debe hacerse confiando que con la sabiduría y en el amor de Dios, nos la dará lo que necesitamos, en el momento adecuado (Romanos 8: 28).

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